TEXTOS PARA EL PROYECTO TEATRAL
3º B DE ESO
Texto 1:
BALTASAR:
Esta estrella
no sé de dónde viene,
ni quién la
trae ni quién la tiene.
¿Por qué
será esta señal?
En mis días
no vi tal.
Cierto,
nacido ha en la tierra
aquel que en
paz o en guerra
Señor ha de
ser del Oriente
lo mismo que
del Occidente.
Por tres
noches la miraré
y más de
veras lo sabré.
(Pausa.)
No hay duda,
Dios es ya nacido
que yo lo
tengo bien entendido.
Iré, le
adoraré
y honraré y
rogaré.
(Auto
de los Reyes Magos. Anónimo. 1180 aproximadamente. Traducción a cargo de Eugenio
Florit.)
Texto 2:
Celestina: “Conjúrote,
triste Plutón, señor de la profundidad infernal, emperador de la corte dañada,
capitán soberbio de los condenados ángeles, señor de los sulfúreos fuegos que
los hervientes étnicos montes manan, gobernador y veedor de los tormentos y
atormentadores de las pecadoras ánimas, regidor de las tres furias, Tesífone,
Megera, y Aleto, administrador de todas las cosas negras del regno de
Éstige y Dite, con todas sus lagunas y sombras infernales y litigioso caos,
mantenedor de las volantes harpías, con toda la otra compañía de
espantables y pavorosas hidras. Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te
conjuro por la virtud y fuerza destas bermejas letras, por la sangre de aquella
noturna ave con que están escritas, por la gravedad de aquestos nombres y
signos que en este papel se contienen, por la áspera ponzoña de las víboras de
que este aceite fue hecho, con el cual unto este hilado, vengas sin tardanza a
obedecer mi voluntad y en ello te envuelvas, y con ello estés sin un momento te
partir, hasta que Melibea con aparejada oportunidad que haya lo compre, y con
ello de tal manera quede enredada, que cuanto más lo mirare, tanto más su
corazón se ablande a conceder mi petición. Y se le abras y lastimes del crudo y
fuerte amor de Calisto, tanto que, despedida toda honestidad, se descubra a mí
y me galardone mis pasos y mensaje; y esto hecho pide y demanda de mí a tu
voluntad. Si no lo haces con presto movimiento, ternásme por capital enemiga;
heriré con luz tus cárceres tristes y escuras; acusaré cruelmente tus continuas
mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre, y otra y otra
vez te conjuro, y así confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi
hilado, donde creo te llevo ya envuelto.”
(La Celestina. Fernando de Rojas. 1499)
Texto 3:
Melibea: “Padre
mío, no pugnes ni trabajes por venir adonde yo estoy, que estorbarás la
presente habla que te quiero hacer. Lastimado serás brevemente con la muerte de
tu única hija. Mi fin es llegado, llegado es mi descanso y tu pasión, llegado
es mi alivio y tu pena, llegada es mi acompañada hora y tu tiempo de soledad.
No habrás, honrado padre, menester instrumentos para aplacar mi dolor, sino
campanas para sepultar mi cuerpo. Si me escuchas sin lágrimas, oirás la causa desesperada
de mi forzada y alegre partida. No la interrumpas con lloro ni palabras; si no,
quedarás más quejoso en no saber por qué me mato que doloroso por verme muerta.
Ninguna cosa me preguntes ni respondas, más de lo que de mi grado decirte
quisiere. Porque, cuando el
corazón está
embargado de pasión, están cerrados los oídos al consejo y en tal tiempo las
fructuosas palabras, en lugar de amansar, acrecientan la saña. Oye, padre mío,
mis últimas palabras y, si como yo espero las recibes, no culparás mi yerro.
Bien ves y oyes este triste y doloroso sentimiento, que toda la ciudad hace.
Bien ves este clamor de campanas, este alarido de gentes, este aullido de
canes, este grande estrépito de armas. De todo esto fui yo la causa. Yo cubrí
de luto y jergas en este día casi la mayor parte de la ciudadana caballería; yo
dejé hoy muchos sirvientes descubiertos de señor; yo quité muchas raciones y
limosnas a pobres y vergonzantes; yo fui ocasión que los muertos tuviesen
compañía del más acabado hombre que en gracia nació; yo quité a los vivos el
dechado de gentileza, de invenciones galanas, de atavíos y bordaduras, de
habla, de andar, de cortesía, de virtud; yo fui causa de que la tierra goce sin
tiempo el más noble cuerpo y más fresca juventud que al mundo era en nuestra
edad criada. Y porque estarás espantado con el son de mis no acostumbrados
delitos, te quiero más aclarar el hecho. Muchos días son pasados, padre mío,
que penaba por amor un caballero que se llamaba Calisto, el cual tú bien
conociste. Conociste asimismo sus padres y claro linaje; sus virtudes y bondad
a todos eran manifiestas. Era tanta su pena de amor y tan poco el lugar para
hablarme que descubrió su pasión a una astuta y sagaz mujer que llamaban
Celestina. La cual, de su parte venida a mí, sacó mi secreto amor de mi pecho.
Descubría a ella lo que a mi querida madre encubría. Tuvo manera cómo ganó mi
querer, ordenó cómo su deseo y el mío hubiesen efecto. Si él mucho me amaba, no
vivía engañado. Concertó el triste concierto de la dulce y desdichada ejecución
de su voluntad. Vencida de su amor, dile entrada en tu casa. Quebrantó con
escalas las paredes de tu huerto, quebrantó mi propósito. Perdí mi virginidad.
Del cual deleitoso yerro de amor gozamos casi un mes. Y como esta pasada noche
viniese, según era acostumbrado, a la vuelta de su venida, como de la fortuna
mudable estuviese dispuesto y ordenado, según su desordenada costumbre, como
las paredes eran altas, la noche oscura, la escala delgada, los sirvientes que
traía no diestros en aquel género de servicio y él bajaba presuroso a ver un
ruido que con sus criados sonaba en la calle, con el gran ímpetu que llevaba,
no vio bien los pasos, puso el pie en vacío y cayó. De la triste caída sus más
escondidos sesos quedaron repartidos por las piedras y paredes. Cortaron las hadas
sus hilos, cortáronle sin confesión su vida, cortaron mi esperanza, cortaron mi
gloria, cortaron mi compañía. Pues ¿qué crueldad sería, padre mío, muriendo él
despeñado, que viviese yo penada? Su muerte convida a la mía, convídame y
fuerza que sea presto, sin dilación, muéstrame que ha de ser despeñada por
seguirle en todo. No digan…”
(La Celestina. Fernando de Rojas. 1499)
Texto 4:
Pleberio: “Pero ¿quién forzó a mi hija a
morir, sino la fuerte fuerza de amor? Pues, mundo, halaguero, ¿qué remedio das
a mi fatigada vejez? ¿Cómo me mandas quedar en ti, conociendo tus falacias, tus
lazos, tus cadenas y redes, con que pescas nuestras flacas voluntades? ¿A dónde
me pones mi hija? ¿Quién acompañará mi desacompañada morada? ¿Quién tendrá en
regalos mis años que caducan? ¡Oh amor, amor! ¡Que no pensé que tenías fuerza
ni poder de matar a tus sujetos! Herida fue de ti mi juventud, por medio de tus
brasas pasé: ¿cómo me soltaste, para me dar la paga de la huida en mi vejez?
Bien pensé que de tus lazos me había librado, cuando los cuarenta años toqué,
cuando fui contento con mi conyugal compañera, cuando me vi con el fruto que me
cortaste el día de hoy. No pensé que tomabas en los hijos la venganza de los
padres. Ni sé si hieres con hierro ni si quemas con fuego. Sana dejas la ropa;
lastimas el corazón. Haces que feo amen y hermoso les parezca. ¿Quién te dio
tanto poder? ¿Quién te puso nombre que no te conviene? Si amor fueses, amarías
a tus sirvientes. Si los amases, no les darías pena. Si alegres viviesen, no se
matarían, como ahora mi amada hija. ¿En qué pararon tus sirvientes y sus
ministros? La falsa alcahueta Celestina murió a manos de los más fieles
compañeros, que ella para su servicio emponzoñado jamás halló. Ellos murieron
degollados. Calisto, despeñado. Mi triste hija quiso tomar la misma muerte por
seguirle. Esto todo causas. Dulce nombre te dieron; amargos hechos haces. No
das iguales galardones. Inicua es la Inicua es la ley, que a todos igual no es.
Alegra tu sonido; entristece tu trato. Bienaventurados los que no conociste o
de los que no te curaste. Dios te llamaron otros, no sé con qué error de su
sentido traídos. Cata que Dios mata los que crió; tú matas los que te siguen.
Enemigo de toda razón, a los que menos te sirven das mayores dones, hasta tenerlos
metidos en tu congojosa danza. Enemigo de amigos, amigo de enemigos, ¿por qué
te riges sin orden ni concierto? Ciego te pintan, pobre y mozo. Pónente un arco
en la mano, con que tiras a tiento; más ciegos son tus ministros, que jamás
sienten ni ven el desabrido galardón que saca de tu servicio. Tu fuego es de
ardiente rayo, que jamás hace señal donde llega. La leña que gasta tu llama son
almas y vidas de humanas criaturas. Las cuales son tantas que de quién comenzar
pueda, apenas me ocurre. No sólo de cristianos; más de gentiles y judíos y todo
en pago de buenos servicios. ¿Qué me dirás de aquel Macías de nuestro tiempo,
cómo acabó amando, cuyo triste fin tú fuiste la causa? ¿Qué hizo por ti Paris?
¿Qué Elena? ¿Qué hizo Clitemnestra? ¿Qué Egisto? Todo el mundo lo sabe. Pues a
Safo, Ariadna, Leandro, ¿qué pago les diste? Hasta David y Salomón no quisiste
dejar sin pena. Por tu amistad Sansón pagó lo que mereció, por creerse de quien
tú le forzaste a darle fe. Otros muchos que callo, porque tengo harto que contar
en mí mal. Del mundo me quejo, porque en sí me crió, porque no me dando vida,
no engendrara en él a Melibea, no nacida no amara, no amando cesara mi quejosa
y desconsolada postrimería. ¡Oh mi compañera buena! ¡Oh mi hija despedazada!
¿Por qué no quisiste que estorbase tu muerte? ¿Por qué no hubiste lástima de tu
querida y amada madre? ¿Por qué te mostraste tan cruel con tu viejo padre? ¿Por
qué me dejaste, cuando yo te había de dejar? ¿Por qué me dejaste penado? ¿Por
qué me dejaste triste y solo?”.
(La Celestina. Fernando de Rojas. 1499)
Texto 5:
“Si
a vuestra voluntad yo soy de cera,
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
¿de do viene una cosa, que, si fuera
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
Y es que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas;
mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas.”
y por sol tengo sólo vuestra vista,
la cual a quien no inflama o no conquista
con su mirar, es de sentido fuera;
¿de do viene una cosa, que, si fuera
menos veces de mí probada y vista,
según parece que a razón resista,
a mi sentido mismo no creyera?
Y es que yo soy de lejos inflamado
de vuestra ardiente vista y encendido
tanto, que en vida me sostengo apenas;
mas si de cerca soy acometido
de vuestros ojos, luego siento helado
cuajárseme la sangre por las venas.”
(Garcilaso
de la Vega. Soneto XVIII. 1550 aproximadamente)
Texto 6:
¡Qué
descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.”
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;
Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!
No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?
¡Oh monte, oh fuente, oh río,!
¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.
Despiértenme las aves
con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.
Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.
Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire del huerto orea
y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.
Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.
A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.
A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.”
(Fray Luis de León. Oda a la vida retirada. 1580 aproximadamente)
Texto 7:
Nada te turbe,
nada te espante,
todo se pasa,
Dios no se muda,
La paciencia,
todo lo alcanza,
Quien a Dios tiene,
nada le falta.
Sólo Dios basta.
(Santa Teresa de Jesús. 1550
aproximadamente)
Mientras por
competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
(Luis de Góngora. “Mientras por
competir con tu cabello”. 1584)Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.
Texto 9:
Amar el día, aborrecer el día,
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
temor valiente, entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar donde aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales
y todo el bien librado en esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.
llamar la noche y despreciarla luego,
temer el fuego y acercarse al fuego,
tener a un tiempo pena y alegría.
Estar juntos valor y cobardía,
el desprecio cruel y el blando ruego,
temor valiente, entendimiento ciego,
atada la razón, libre osadía.
Buscar lugar donde aliviar los males
y no querer del mal hacer mudanza,
desear sin saber qué se desea.
Tener el gusto y el disgusto iguales
y todo el bien librado en esperanza,
si aquesto no es amor, no sé qué sea.
(María de Zayas y Sotomayor. 1630 aproximadamente.)
Texto 10:
DUQUE:
“Cielos,
hoy se ha de
ver en mi casa
no más de
vuestro castigo.
Alzad la
divina vara.
No es
venganza de mi agravio;
que yo no
quiero tomarla
en vuestra
ofensa, y de un hijo
ya fuera
bárbara hazaña.
Éste ha de
ser un castigo
vuestro no
más, porque valga
para que
perdone el cielo
el rigor por
la templanza.
Seré padre,
y no marido,
dando la
justicia santa
a un pecado
sin vergüenza
un castigo
sin venganza.
Esto
disponen las leyes
del honor, y
que no haya
publicidad
en mi afrenta,
con que se
doble mi infamia.
Quien en
público castiga,
dos veces su
honor infama,
pues después
que le ha perdido,
por el mundo
le dilata.
La infame
Casandra dejo
de pies y
manos atada,
con un
tafetán cubierta,
y por no
escuchar sus ansias,
con una liga
en la boca;
porque al
decirle la causa,
para cuanto
quise hacer
me dio
lugar, desmayada.
Esto aun
pudiera, ofendida,
sufrir la
piedad humana;
pero dar la
muerte a un hijo,
qué corazón
no desmaya?
Sólo de
pensarlo, ¡ay triste!,
tiembla el
cuerpo, expira el alma,
lloran los
ojos, la sangre
muere en las
venas heladas,
el pecho se
desalienta,
el
entendimiento falta,
la memoria
está corrida
y la
voluntad turbada.
Como arroyo
que detiene
el hielo de
noche larga,
del corazón
a la boca
prende el
dolor las palabras.
¿Qué
quieres, Amor? ¿No ves
que Dios a
los hijos manda
honrar los
padres, y el conde
su
mandamiento quebranta?
Déjame,
Amor, que castigue
a quien las
leyes sagradas
contra su
padre desprecia,
pues tengo
por cosa clara
que si hoy
me quita la honra,
la vida
podrá mañana.
Cincuenta
mató Artaxerxes
con menos
causa, y la espada
de Dario,
Torcuato y Bruto
ejecutó sin
venganza
las leyes de
la justicia.
Perdona,
Amor; no deshagas
el derecho
del castigo,
cuando el
honor, en la sala
de la razón
presidiendo,
quiere
sentenciar la causa.
El fiscal
verdad le ha puesto
la
acusación, y está clara
la culpa;
que ojos y oídos
juraron en
la probanza.
Amor y
sangre, abogados
le
defienden; mas no basta;
que la
infamia y la vergüenza
son de la
parte contraria.
La ley de
Dios, cuando menos,
es quien la
culpa relata,
su
conciencia quien la escribe.
¿Pues para
qué me acobardas?
Él viene,
¡Ay, cielos, favor!”
(El castigo sin
venganza. Lope de Vega. 1631)
Texto 11:
“Cerrar
podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.”
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora, a su afán ansioso lisonjera;
Mas no de esotra parte en la ribera
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
venas, que humor a tanto fuego han dado,
médulas, que han gloriosamente ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.”
(Quevedo. Soneto “Amor constante más allá
de la muerte”. 1648)
Texto 12:
Segismundo: “¡Ay
mísero de mí, y ay, infelice!
Apurar, cielos,
pretendo,
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
ya que me tratáis así
qué delito cometí
contra vosotros naciendo;
aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido.
Bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor;
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.
Sólo quisiera
saber
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
para apurar mis desvelos
(dejando a una parte, cielos,
el delito de nacer),
qué más os pude ofender
para castigarme más.
¿No nacieron los demás?
Pues si los demás nacieron,
¿qué privilegios tuvieron
qué yo no gocé jamás?
Nace el ave, y con
las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que deja en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y
con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
(gracias al docto pincel),
cuando, atrevida y crüel
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que
no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
aborto de ovas y lamas,
y apenas, bajel de escamas,
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo,
culebra
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
que entre flores se desata,
y apenas, sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huida;
¿y teniendo yo más vida
tengo menos libertad?
En llegando a esta
pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?”
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón,
negar a los hombres sabe
privilegio tan süave,
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?”
(Pedro Calderón de la Barca. La vida es sueño. 1635)
Texto 13:
“Mientras
por competir con tu cabello
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.”
Oro bruñido al sol relumbra en vano,
Mientras con menosprecio en medio el llano
Mira tu blanca frente al lilio bello;
Mientras a cada labio, por cogello,
Siguen más ojos que al clavel temprano,
Y mientras triunfa con desdén lozano
Del luciente cristal tu gentil cuello,
Goza cuello, cabello, labio y frente,
Antes que lo que fue en tu edad dorada
Oro, lilio, clavel, cristal luciente,
No sólo en plata o vïola troncada
Se vuelva, más tú y ello juntamente
En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.”
(Góngora. “Mientras por competir con tu
cabello”. 1590 aproximadamente.)
Texto
14:
“Hombres necios que acusáis
a la mujer sin
razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.
Si con ansia sin
igual
solicitáis su desdén,
¡por qué queréis que obren bien,
si las incitáis al mal!
solicitáis su desdén,
¡por qué queréis que obren bien,
si las incitáis al mal!
Parecer quiere el
denuedo,
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco,
y luego le tiene miedo.
de vuestro parecer loco,
al niño que pone el coco,
y luego le tiene miedo.
Queréis con
presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Thais,
y en la posesión, Lucrecia.
¿Qué honor puede
ser más raro
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
que el que falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?
Con el favor y el
desdén
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
tenéis condición igual,
quejándoos si os tratan mal,
burlándoos si os quieren bien.
Opinión ninguna
gana,
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liviana.
pues la que más se recata,
si no os admite es ingrata,
y si os admite es liviana.
Siempre tan necio
andáis,
que con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
que con desigual nivel,
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.
¿Pues cómo ha de
estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende,
y la que es fácil enfada?
Dan vuestras
amantes penas
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
a sus libertades alas,
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.
¿Cuál mayor culpa
ha tenido
es una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
es una pasión errada,
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?
¿O cuál es más de
culpar,
aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
aunque cualquiera mal haga,
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?
Pues, para qué os
espantáis
de la culpa que tenéis…
queredlas cuál las hacéis
o hacedlas cuál las buscáis.”
de la culpa que tenéis…
queredlas cuál las hacéis
o hacedlas cuál las buscáis.”
(Sor Juana Inés de la Cruz. “Hombres
necios que acusáis”. 1675 aproximadamente).